En busca del rey más poderoso
Decidido a servir al rey más poderoso, Cristóbal viajó hasta llegar a una corte muy lejana donde el rey le tomó a su servicio y lo alojó en palacio.
Un día en que el bardo cantó ante el rey una canción en la que se mencionaba varias veces al demonio, se sorprendió a ver que el rey, hacía la señal de la cruz cada vez que me mentaba al diablo. Cristóbal preguntó al monarca por la señal y éste le dijo: «Siempre que oigo mentar al diablo tengo miedo de que ejerza su poder sobre mí y el signo de la cruz me protege contra sus acechanzas». Entonces Cristóbal dijo al rey: «¿De modo que temes al diablo? Eso quiere decir que el diablo tiene más poder y es mayor que tú. Yo creía que tú eras el príncipe más poderoso del mundo. Así pues, te encomiendo a Dios, porque en este momento me voy a buscar al diablo para servirle».
De este modo, Cristóbal marchó de la corte en busca del diablo. En busca del diablo Caminando por el desierto, encontró a un caballero de gran crueldad que le preguntó a dónde iba. Cristóbal le dijo: «Voy a buscar al diablo para servirle», a lo que el caballero contestó: «Yo soy el que buscas». Cristóbal se alegró mucho y prometió servirle.Un día encontraron una cruz al borde del camino y el caballero, asustado, corrió dando un rodeo para evitarla. Cristóbal le preguntó asombrado por qué había abandonado el camino, pero éste no calló. Entonces Cristóbal le dijo: «Si no me respondes, abandonaré tu servicio». Viéndose obligado a contestarle, el hombre le dijo: «Hubo un hombre llamado Cristo que fue crucificado. Y siempre que veo una cruz tengo miedo y echo a correr». Cristóbal declaró: «Eso quiere decir que Cristo es más grande y más poderoso que tú. Veo, pues, que me he esforzado en vano por encontrar al Señor más poderoso del mundo. En este mismo momento abandono tu servicio. Prosigue tu camino, porque yo me voy en busca de Cristo».
En busca de Cristo
Después de mucho caminar y preguntar dónde podría encontrar a Cristo, Cristóbal llegó a la morada de un ermitaño del desierto.
El ermitaño le habló de Cristo, le instruyó en la fe y le dijo: «El Rey a quien buscas exige de ti el servicio de ayunar frecuentemente». Cristóbal le respondió: «Pídeme otra cosa, pues yo soy incapaz de ayunar». El ermitaño replicó: «Entonces tienes que velar y hacer mucha oración». Y Cristóbal respondió: «No sé lo que es hacer oración, de suerte que tampoco puedo obedecer este mandato». Entonces el ermitaño le dijo: «¿Conoces el río profundo de peligrosa corriente en el que han perecido muchas gentes?» Cristóbal respondió: «Sí, lo conozco muy bien». El ermitaño replicó: «Como eres muy alto y erguido y tus músculos son muy fuertes, debes irte a vivir a la orilla de ese río y transportar sobre tus hombros a cuantos quieran atravesarlo. Ese servicio agradará sin duda al Señor Jesucristo, a quien tú buscas. Espero que Él se te mostrará algún día».
Cristóbal se instaló en el río y con la ayuda de un cayado, se dedicó a transportar a la gente de una a otra orilla.
Cristóbal y Jesús
Una noche mientras dormía en su choza, oyó que un niño le llamaba: «Cristóbal, ven a transportarme». Cristóbal se despertó y salió, pero no vio a nadie. De nuevo en su casa, volvió a oír la misma voz, pero al salir no vio a nadie. La tercera vez se acercó hasta la orilla y allí vio a un niño que le pidió amablemente que le llevara hasta la otra orilla.
Cristóbal subió al niño en sus hombros, tomó su cayado y empezó a vadear la corriente. Pero las aguas empezaron a subir y el niño pesaba como el plomo. Cuanto más avanzaba Cristóbal, más crecía la corriente y más pesado se hacía el niño. Cristóbal tuvo miedo de perecer ahogado, pero con gran esfuerzo logró llegar hasta la otra orilla. Entonces dijo al pequeño: «Niño, me has puesto en un grave peligro. Me pesabas como si cargase el mundo sobre mis hombros. ¡Nunca había soportado un peso tan grande como el tuyo, que eres tan pequeño!» Y el niño respondió: «No te maravilles por ello, Cristóbal. No has cargado al mundo, pero llevaste sobre los hombros al Creador del mundo. Yo soy Jesucristo, el Rey a quien sirves con tu trabajo. Y, para que sepas que digo la verdad, planta tu cayado junto a tu casa, y yo te prometo que mañana tendrá flores y frutos». Dicho esto, desapareció el niño. Cristóbal plantó su cayado y, cuando se levantó a la mañana siguiente, el palo seco era como una palmera llena de hojas, de flores y de dátiles.