San Antonio de Padua nació en Lisboa en 1195 como Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo en el seno de una familia aristocrática que le envió a estudiar a la escuela catedralicia y más tarde al monasterio de canónigos regulares de San Agustín de San Vicente de Fora, cerca de Lisboa . Ahí nació una gran vocación que no era del agrado de su familia y le presionaba para abandonar la vida monástica. Para evitar esas presiones, renunció a su herencia y se trasladó al monasterio de Santa Cruz de Coimbra.
En Coimbra, se sintió atraído por el sencillo modo de vida de los franciscanos que acababan de establecerse ahí y en el verano de 1220 tomó los hábitos franciscanos cambiando el nombre de Fernando por el de Antonio.
Inspirado por la llegada de los restos de los mártires franciscanos de Marrakech, embarcó a Marruecos junto a fray Felipe de Castilla dispuesto a alcanzar el martirio, pero al poco de llegar enfermó gravemente de malaria. Cuando estuvo lo suficientemente bien, volvió a embarcar para volver a Portugal a través de España, pero una fuerte tempestad arrastró el barco hasta Sicilia donde se quedó para completar su recuperación.
En junio de 1221, San Antonio decidió acudir al «Capítulo de las Esteras» para el que su orden había convocado a Asís a 3.00 franciscanos. Allí conoció a San Francisco de Asís quien le encomendó una misión de apostolado.
San Antonio fue un gran predicador que, pese a estar frecuentemente enfermo a causa de la malaria, nunca cesó en su labor de apostolado. Se dice de él que su presencia irradiaba santidad y su sola presencia hacía que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies pidiendo confesión. Era tanta la gente le seguía para escucharle que con frecuencia predicaba en las plazas públicas y en los mercados para que nadie dejara de oírle.
El 13 de junio de 1231, en el dormitorio del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella (Padua) recibió los últimos sacramentos, entonó un canto a la Santísima Virgen y sonriendo dijo: «Veo venir a Nuestro Señor» tras lo que murió a la edad de 35 años.
San Antonio fue canonizado antes de que hubiese transcurrido un año de su muerte en atención a su vida y a los milagros producidos por su intercesión.
La visión de San Antonio de Padua
Estaba San Antonio hospedado en la casa de un lugareño que le dejó una habitación separada para que pudiera estar más tranquilo. Mientras él rezaba solo, el propietario de la casa se asomó a la ventana de la habitación y vio entre los brazos de San Antonio a un niño muy hermoso y alegre al que el Santo abrazaba y besaba, al que reconoció como el Niño Jesús. Después de una larga oración, acabada la visión, el Santo llamó al propietario y le prohibió que revelara a nadie, mientras él viviera, lo que había visto (Liber miraculorum 22,1-8). Los milagros de San Antonio Muchos son los milagros en vida de San Antonio, pero quizás sea este uno de los más emotivos. Había en Codigoro una niña llamada Samaritana, a la que un día, habiendo ido con otras niñas al campo de su padre a coger legumbres, súbitamente se le contrajeron las rodillas. Ya no fue capaz de regresar, y fueron sus acompañantes las que la llevaron a la casa paterna. Y así, arreciando la enfermedad, desde hacía tres años caminaba arrastrándose con las manos y con las nalgas por el suelo. Cierto día, tras hacer la confesión, acudió la niña junto con su madre al sepulcro del bienaventurado Antonio para orar, y, recuperada enseguida su antigua salud, se apresuró a volver a casa por su propio pie. Llegó esto a oídos de la gente de Codigoro, que salieron al punto a su encuentro, mientras repicaban las campanas, y veneraron en ella la grandeza del Señor
