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San Onofre

San Onofre vivía en un monasterio de la región de Tebas cuando sintió que Dios le llamaba a seguir el camino ascético como hicieron antes San Elías y San Juan Bautista. Así, guiado por una luz celestial, Onofre se adentró en el desierto hasta llegar a una cueva en la que vivió solo durante 60 años.

La vida de Onofre era de máxima austeridad. Soportaba con estoicismo las temperaturas tan extremas del desierto y la falta de agua y comida; dedicándose a orar durante todo el día. El Señor se apiadó de él y le asistió haciendo crecer junto a su cueva una palmera que le diera los dátiles necesarios para su subsistencia y a enviando a un ángel que diariamente le llevaba pan y agua.

Sesenta años después de iniciar esta vida penitente en la que no se comunicó con ningún ser humano, San Onofre encontró a un hombre que caminaba exhausto por el desierto. Se trataba de San Pafnufio, quien nos dejó escrito su encuentro con este santo hombre y el relato de su penitente vida.

Encuentro de San Onofre con San Pafnufio.

«Un cierto día yo, Pafnufio, el más pequeño, lleno de celo, pensé dirigirme a lo más adentro del desierto para ver si algún otro hermano, en sitio más avanzado que yo, hacía de monje sirviendo a Dios. Levantándome con presteza me dirigí hacia el interior del desierto. Para el camino apenas tenía conmigo unos pocos panes y un poco de agua, que por cuatro días fueron suficientes para satisfacer mis necesidades. Pasados los cuales y tomado el abastecimiento, con penoso ánimo comencé a enfermar vencido por la penuria y escasez.

Al instante, implorando la gracia divina,recobré las fuerzas y proseguí el camino,aunque la muerte aparecía ante mis ojos. Otros cuatro días con sus noches sin degustar pan ni agua. Tanta era mi debilidad que caí en tierra, como empujado a la muerte por la sed y el cansancio. Cuando he aquí que veo a un varón insigne por su fulgor, con vestiduras blancas que se me acercó, tocó mis labios con sus manos y, al instante, me sentí tan recuperado que, alejada el hambre y la sed, puede seguir mi camino.

Después de ver aquella grande y terrible visión, caminé animoso hacia lo más interior de la soledad y caminando diecisiete días exactamente, observé, de lejos, un hombre que venía hacia mí con un terrible aspecto. Su cabello erizado le cubría todo el cuerpo, al estilo de las fieras. Se ceñía alrededor de la cintura con hierbas secas del desierto. Dirigiéndose hacia mí y acercándose más, se apoderó de mí un gran temor. Ascendí a la cima de un monte convencido de que era un homicida, pero él se adelanto hasta la falda del monte, se sentó a la sombra, estaba muy quebrantado a causa de su avanzada edad, la escasez de alimento, el calor y los trabajos que había aguantado en el desierto y mirando al monte y mirándome a mí, me dijo: «Baja hasta mí, santísimo varón, yo también soy un hombre sujeto a las mismas debilidades que tú y que he permanecido en esta soledad por amor a Dios.»

Cuando escuché estas cosas,bajé rápidamente hacia él, me arrodillé a sus pies. Él me dijo: «Levántate, hijo mío, porque tú también eres siervo de Dios y de los Santos Padres.»  Dicho esto, me levanté. Fui digno de sentarme a su lado y, sentado junto a él, en muchas ocasiones, le rogué insistentemente que me dijese su nombre y me contase su vida.»

Vida de San Onofre 

«Respondiendo dijo: «Me llamo Onofre. Hace sesenta años que vivo en esta soledad. Ando errante por los montes al estilo de las fieras. Me alimento con hierbas y con frutos del desierto. No he visto en todo este tiempo hombre alguno excepto a tí. En otro tiempo moraba en Abage, un monasterio de la región de Tebaida que se llamaba Eremopolites, en el que viven cien hermanos que tienen un mismo pensar y una misma fe, participan en la caridad de una mesa común, llevan una vida en perfecta paz, salen a sus labores en profundo silencio y alaban la bondad de nuestro Señor Jesucristo.

Mientras estuve allí, les oí conversar del admirable Elías y de San Juan Bautista, como no hubo nunca ningún nacido de mujer mayor que él. Escuchadas tales conversaciones, me conmoví… ¿Acaso los que habitan en el desierto no son mejores que nosotros ? Y me dijeron aquellos venerables ancianos, ser así.

Nosotros, a diario, no vemos a nadie; frecuentamos con alegría las reuniones comunes; cuando sentimos hambre, tenemos preparado el pan; cuando sentimos sed, tenemos el agua a mano; si ocurre que alguien se enferma, tiene compañeros que le atienden, porque vivimos en común; es más, si sintiéramos envidia unos de otros, lo ofrecemos por amor a Dios. Sin embargo, los habitantes del desierto se encuentran desprovistos de todas estas cosas. ¿De dónde van a tener todo eso? Si les sobreviene la aflicción o la guerra, el lazo del enemigo, dime, por favor… ¿Dónde hallarán un hombre que puede serenar y consolar su mente? Si les falta la comida, no es fácil de obtener; igualmente si la garganta se les seca por la sed, no hay agua por ninguna parte.

Así, estos hermanos trabajan demasiado cuando, internados en el desierto, abrazan seriamente el yugo del Señor y se entregan a los ejercicios soportando gozosamente el hambre y la sed; esforzándose por vencer las luchas interiores a quienes hace la guerra la virtud recorriendo la vía estrecha del Señor.»

Una vez que el Santísimo padre Onofre me hubo explicado estas cosas… al Amanecer, vi su rostro cambiado ofreciendo el aspecto de un muerto. Dándose él cuenta, dijo: «No temas, hermano Pafnufio, Dios,misericordioso con todos, te envió aquí para que cuides de mi cuerpo y de mi sepultura. Tú hermano amantísimo, si sales de aquí hacia Egipto, anuncia mi muerte como aroma de incienso en medio de los Hermanos y de todo el pueblo cristiano. Si alguien ofreciese a Dios sacrificios en mi nombre o acordándose de mí, será contado entre el número de todos los santos y se verá libre de todas las tentaciones. Esto es lo que yo he rogado al Señor. Por lo cual, si alguien diere de comer en mi nombre a cualquier hermano, mendigo, etc. yo me acordaré de él ante nuestro Dios el día del Juicio y éste irá a la heredad de la vida eterna.»

Muerte de San Onofre

San Pafnufio también nos hace llegar el hermoso testimonio de la muerte de San Onofre: «llorando, rezó al Señor, dobló sus rodillas y dijo, «En tus manos, Oh Señor, encomiendo mi espíritu.» Entonces, una luz brillante lo rodeo y su alma sagrada dejó su cuerpo en un destello de luz cegadora. Y repentinamente escuche la voz de una multitud de Ángeles que elogiaban a Dios cuando el alma sagrada de San Onofre partió, y esa canción angelical resonó con inefable júbilo entre todas las estrellas del universo, mientras que los ejércitos celestiales llevaron el alma» de este distinguido guerrero hasta el cielo. Lloré profundamente, ríos de lágrimas fluyeron hacia abajo, golpeé mi pecho una y otra vez. Me quejé con tristeza que apenas lo había conocido y no era más capaz de disfrutar su compañía.

Rompí mi túnica por la mitad, guardando la mitad para cubrir mi cuerpo y usando la mitad para envolver su bendito cuerpo. Lo enterré en una tumba natural de una cueva en la roca sólida. Estaba solo, lloré de nuevo. Todavía llorando, hice como si entrara en la cueva donde había vivido, pero cuando estuve de pie en frente de ella, se desplomó con un rugido muy fuerte, y los árboles de palmera fueron rotos de raíz y estuvieron tendidos. Y entonces sabía que no era la voluntad de Dios que yo, Pafnufio, viviese en ese lugar. Regresé a Alguazas, y allí dije a la iglesia, todo lo que había visto y escuchado. 

Invocación

Invocamos a San Onofre para necesidades urgentes y desesperadas, en especial aquellas relacionadas con el dinero, el trabajo y la vivienda.

Ritual a San Onofre

Coloca junto a la imagen de San Onofre una piedra, siete monedas y siete petalos de rosa. Enciende una vela blanca mientras pronuncias esta oración:

Glorioso San Onofre, a quien he escogido por mi protector particular y en quien tendré absoluta confianza, concédeme que yo experimente los saludables efectos de tu poderosa intercesión con nuestro Dios. En tus manos deposito todas mis necesidades y en particular la que hoy pongo bajo tu protección.

Alcánzame, pues, el favor de (PETICIÓN) y todas las demás gracias necesarias para librarme de pecado y conseguir la salvación de mi alma. Amén.

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